Mi
nombre:
sustantivo
femenino
que
intento tantas veces
cambiar
por uno indeterminado
—andrógino—
que
despiste al enemigo.
Mi
rostro:
una
situación incómoda
que
clama justicia
sin
caer en feminismos de ultranza.
La
mirada:
una
eterna interrogante
que
cuestiona
[hacia
dentro y para afuera]
la
existencia de equidades.
Mi
cabello:
que
cae al suelo derrotado
cuando
protesto contra toda lógica y genética,
por
esta condición de género,
y
mutilo el atributo típico
que
cuelga por mi espalda.
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