Hablar de una existencia
desértica
–estéril–
donde sigue transitando el
fantasma de algún amante,
es hablar de la soledad que no
se quita nunca,
del insomnio recurrente,
quizá de algún llanto
provocado,
de caricias caducas,
es –inevitablemente– mencionar
que jamás fui mar para ninguna
costa,
que no soy más que arena
tal
vez movediza.
1 comentario:
Muy claro. Me gusta.
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