miércoles, diciembre 20

Sobre la escritura



Escribo mientras Piazzolla me acompaña.
Quisiera escribir las claves del universo,
la sonata más melódica,
el tratado filosófico que resuelva el misterio de la conciencia
y sus exabruptos…
pero no puedo.
¿Acaso lo mío será soberana incompetencia?
¿Qué hacer ante la fuga de inspiración o del talento?
¿Qué haría Olmo?
¿Qué cosa, Funes, Agrippa o Samsa?
La duda flota y se confunde con los acordes que saturan la atmósfera
¿Qué hacer, entonces?
Bailar.
Ante la duda, la incertidumbre, el llanto… bailar.
Bailar evocando épocas y ritmos de la memoria ancestral
movimiento de traslación que lleva al éxtasis.
Bailarlo todo.
Bailar siempre,
         en cada oportunidad,
         en cualquier sitio,
         sin razón, sin pausa.
Después, la vida es otra.


miércoles, diciembre 13

no more stories


PRESCRIPCIÓN MÉDICA:
“No more poetry
Lo que se ha hecho. Lo que ya NO se hará.
Construyo panteones donde sepulto nuestros cadáveres exquisitos.
“Más sabe el diablo por viejo”.
Manipulación mediática.
Falacias. Todas son falacias.
Mi nariz. Mis ojos. Mis manos.
El hemisferio izquierdo que no funciona.
Tampoco el derecho.
Cuerpo calloso desesperado, intransigente.
Mi sexo aferrado a lo inasible.
Afasia. Tumor que estaba. Ya no está. En realidad, nunca se ha marchado.
a-rac-noi-do-ce-le.
“La vida es demasiado breve para vivir atormentado”.
No more looks.
Usted está aquí.                                                                                         

Yo.
Tú.
Él.
Ellos, no.
Nada. Todo. Siempre.
“El hambre se forja en líneas rectas”.
Ellos dicen que la verdad es muda, que la muerte tiene dos filosas lenguas.
[Que la bendición del unicornio de colores se derrame sobre todos nosotros].
No more rainbow.
No more sirens.
La poeta ha muerto. 

martes, diciembre 5

Diálogos

Desde mi furia, vida, desde mi furia.
Desde mi llanto, desde mi voz.
Desde las profundidades y la conciencia.
Desde mi sombra, desde el parpadeo y cada poro.
Desde ahora y para siempre.
Desde mis gestos y con mis manos
clamo tu nombre,
el lenguaje es tu morada.
Aída. Aída. Aída.
¿Quién vas a ser, Aída?
Habitante.
Ahora, ¿qué vas a hacer, Aída?

lunes, diciembre 4

Matar a la princesa

En días pasados tuve una epifanía, una revelación absoluta. Quizá no sorprendente para la humanidad entera, pero fue todo un descubrimiento para mí misma. Quiero pensar que ese descubrimiento quedará para las generaciones que vienen en mi familia y que es ya la ruptura con la tradición de maltrato que heredé de manera ancestral. Cuando pienso en mis abuelas, en mi madre, en mis tías, y en mi propia historia, pienso en la gran fortaleza y el espíritu de constancia que han tenido todas; en mayor o menor medida siempre fueron mujeres que salieron adelante, cuyos hijos fueron motores para no dejarse vencer por nada; lo siguiente que pienso es en su eterno sufrimiento; en las maneras que inventaron para llorar menos, para ocultar los golpes, para disimular el maltrato emocional que vivieron y en el cansancio de sus ojos por tanto resistir. Agradezco profundamente que hayan sido tan fuertes, que parte de su resistencia y lucha continua la tenga en mi carácter; lo que me hubiera gustado no heredar es ese condicionamiento al llanto y al sufrimiento.

Cada mujer en mi familia vivió el amor de pareja de manera violenta, con el maltrato como moneda de transacción; sí, muchas lucharon, se defendieron, otras tuvieron momentos de derrota, pero ninguna tuvo el valor de dejar de estar en eterna guerra e irse. Mi abuela ahora está muerta y desde niña me contó el maltrato que sufrió por parte de mi abuelo. Me contó de sus engaños, de sus golpes, de los más de 10 hijos que tuvo fuera del matrimonio, de su abandono. Mi abuela fue una mujer fuerte, una guerrera que se hizo cargo de sus hijos sin ayuda de mi abuelo y siempre salió a la calle con la frente en alto, llena de dignidad y orgullo. Sin embargo, cuando mi abuelo enfermó de muerte fue ella quien cuidó de él hasta el último día de su vida. Y en ese trayecto que duró años, volvió a ser golpeada por él. Esta historia se repitió, continúa repitiéndose en mis tías, en mi madre un poco menos, en mí, ahí está. Con diferentes escenarios, detalles más, detalles menos y otros personajes, pero la historia es la misma. Eterna lucha dentro del hogar, donde debería ser un lugar seguro; encarnizada guerra con el “amor” (sí, así entre comillas).

Cuando fui adolescente me cuestioné estas cosas, me prometí a mí misma que eso no me pasaría jamás. Qué equivocada estaba. Luego crecí otro poco, estudié más que todas las demás en mi familia (continúo incluso estudiando ahora), pasaron los años y los hombres violentos por mi vida. Uno, otro, el que sigue y así… hasta que entendí que no se trataba de grados universitarios, ni de investiduras que pudiera usar. Se trataba de mí, de lo que entiendo yo por amor, de lo que permito yo en mi vida, del respeto que yo misma me tenga.

Algo sí tuve y he tenido a favor siempre, algo de conciencia. Aún con mis tropiezos con el “macho Alpha, lomo plateado, pelo en pecho” me resistí a creer que el amor solamente significara eso; que doliera tanto, que me exigiera la renuncia total a mí y mi esencia para poder tenerlo. Y en esa conciencia busqué respuestas en diferentes lugares y formas. Leí sobre psicología, un poco de kabbalá, otro tanto de desarrollo humano, de coaching, un poco más de feminismo… de todo un poco y así de ecléctico para poder encontrar un argumento, o varios, que satisficieran mi tremenda sed de respuestas.

Así que después de enemil cursos transformacionales, terapia, medicamentos para la depresión, lecturas (hasta de tarot), charlas con verdaderos amigos, reflexión, meditación, ejercicio, fueron haciendo lo suyo, poco a poco. A veces creo que el proceso ha sido lento, pero en otras me parece que ha sido tan significativo y contundente que ha tomado el tiempo justo, que no es posible de otra manera.

Mi revelación llegó un día, después de una sesión de terapia. Nunca he amado a un hombre que sea mi pareja. Es duro aceptarlo, es duro leerlo, pero es real y seguramente sería más duro aún no asumirlo jamás. ¿Por qué estoy tan segura de que no lo he hecho? Por que el amor que resiste humillaciones y maltrato no es amor, es condicionamiento que heredé y que no había sido consciente de ello. El amor no es aquello que aprendí. El amor no es miedo, inseguridad, tampoco negación de mí misma o manipulación. Hoy lo tengo claro. El amor yo lo construyo y lo defino como yo quiero. Y en mi conciencia de hoy, lo hago amable, cálido, libre, sin culpas, divertido. El amor es la expresión mía y del otro en la total seguridad de ser juntos sin dejar de ser yo misma. El amor no es completar porque yo, también el otro, nacimos completos.

Mi segunda revelación fue producto de la anterior. Creo que el problema no es el príncipe azul (o sí, lo es también, pero desde mi responsabilidad hoy no es así). El problema es la búsqueda de la princesa para encontrar al príncipe azul. Ojo, ser princesa no es ser guapa, arreglada, vanidosa… es tener la necesidad de ser rescatada y protegida…por el hombre “amado”. Es crecer pensando que necesitamos protección y que los hombres son quienes nos protegerán del mundo y sus peligros. Así que es necesario matar a la princesa; asesinarla y dejarla enterrada en un bosque lejano para no volver a saber de ella. Esta idea no es producto de las películas de Disney es producto de la educación, de la cultura imperante, del ejemplo que nos dieron de niñas. Ser una princesa es creer que cuando alguien me maltrata es porque hay algo malo en mí, porque no fui lo suficientemente buena, o linda, o dispuesta… Dejar de ser princesa es asimilar que no hay nada malo en mí, que soy quien decida porque me construyo a mí misma para mi bienestar; que no necesito que el “amor” de un hombre me dé felicidad porque eso es responsabilidad y búsqueda únicamente mía.

Matar a la princesa no es sencillo, cada una debe librar esa batalla a muerte y ganarla. Su muerte simbólica es la conquista de la libertad, la independencia y la seguridad que se necesitan para resignificar el amor y para evitar la violencia de pareja. Los finales felices existen, pero sólo podrían contarlos los muertos y los muertos no hablan. La búsqueda del final feliz es una mentira absoluta porque cada día es un principio y un final que se concatena con otros, pero nadie es una historia narrada completa, a menos que se encuentre en su funeral. Matar a la princesa significa ser real, auténtica, tal y como decida construirme a lo largo de la vida y, con eso, abrir la posibilidad de encontrarme con gente así de real para compartir la concatenación de momentos.

Hace poco una persona con una cálida sabiduría me dijo “no podemos juzgar un periodo fuera de su ethos. Es decir, no te juzgues por tu parte histórica porque es necesaria para aprender”. Y sí, fue un bálsamo para darle fin al sufrimiento y castigo que me di por tropezar otra vez con el mismo error.

Nos transformamos diariamente, la conciencia despierta de a poco. No es justo que debamos pasar por tanta violencia para entender lecciones tan profundas, quizá no y por eso nuestras hijas tendrán más herramientas y mejores posibilidades gracias a este grano de arena. Y, lo más importante, ellas no serán jamás princesas. La princesa muere en mí ahora. 


viernes, noviembre 24

Cuerpos en red XV

Sobre sí misma

La serie Cuerpos en red trata de mostrar distintas impresiones a partir de trozos de noticias, dinámicas comunes en grupos, perfiles diversos de Facebook, ideas derivadas de lecturas académicas y comentarios de clase. La intención es reflexionar sobre el cuerpo en la red y su presencia o, incluso, si tiene o no presencia.

Las constantes temáticas que usan como eje al cuerpo son: cotidianidad, virtualidad, vulnerabilidad, ausencias y presencias. Esto no intenta ser un ejercicio académico sino, por el contrario, propone una libertad un tanto absurda para plantear flexiones sobre materialidad.

El nombre de la serie tan solo es una forma de entender al cuerpo en relación con otros cuerpos, ya sean virtuales o no.

La numeración es mera costumbre para organizar las notas durante su creación. No existe un orden establecido. No hay un principio o un final; tan solo furia, llanto, contención, vulnerabilidad, confesión, denuncia, crítica, reflexión, vacío… todo a manera de escritura.

Cuerpos en red XIV

Sobre la construcción del personaje
“Nadie es tan feo como la fotografía de su pasaporte,
ni tan guapo como su foto del facebook”
[Vox populi].


¿Quién quiero ser hoy? Me pregunté antes de tomarme una selfie. ¿Con lentes o sin lentes? Con lentes soy una; sin ellos, otra. La cuestión es sobre el personaje que construyo en la virtualidad de las redes… ¿para qué? Para ser otra; una que me encante, o dejar de ser esta, que me incomoda. ¿Quién me incomoda? ¿Seré yo o nada más la idea de lo que debo ser? Por que en sitio se es otro. El ejemplo favorito de la profesora de español cuando hablaba de los distintos tipos de registros léxicos era: “¿Hablan igual cuando se dirigen a una mona que cuando lo hacen a un amigo? Yo divagaba pensando. “¿Quién habla con monjas?” En esa remota posibilidad de encontrarme alguna vez hablando con una de ellas. Hasta ahora nunca ha sucedido; pero sé que debo ser otra en cada escenario. No la incómoda, la imprudente o la que camina con el llanto al borde del estallido (ha estas alturas ya no distingo entre mi histeria y el desamor; o la soledad y la sumatoria de las anteriores).

La construcción de mi personaje me hace ser hoy la de lentes, la segura, la indiferente e incluso altiva. Y con esta foto se esconden inseguridades, traumas, desencanto.
Si hago eso cuando todo duele y no hay espacio para el derrumbe ¿quiénes serán, en realidad, los otros, esos de sonrisas amplias y entusiastas que diario saludan a la cámara?
Si quiero escapar de mí misma, ¿cuántos escapistas no habrá en esta galería de buenas tomas?

La banalidad no es cosa nueva, tampoco exclusiva.

Mañana seré otra, lo prometo; la audaz, de ser posible; la bella, si ayuda el filtro. 





Cuerpos en red XIII

Notas


Leí mi nombre en su mampara de anuncios. Mi nombre y, junto a él, la hora señalada. ¿Qué pensará al leer mi nombre?, ¿será que construye la imagen de mi rostro?, ¿llegará el recuerdo del sonido de mi voz o de mi risa? Me vi en un trozo de papel, enunciada por el lápiz; ocupando por un breve momento, un pequeño lugar -virtual- en su oficina. Cuando se dio cuenta de mi lectura se apresuró a quitarlo. “Ya estás aquí”. Y lo hizo bola para arrojarlo al cesto de basura. No dije nada por el asombro. Me volví trozo de papel con destino a la basura. Seguí el trayecto, que sentí en cámara lenta, hasta que perdí de vista entre más desechos. “Es que hay cosas que debo anotar o las olvido”. Ahora buscaba en mi pensamiento alguna palabra para romper el rictus de mi asombro. Me volví cosa, además de olvidable. “Yo uso agenda” alcancé a balbucear. Y mejor cerré la pagina señalada. Donde se leía con tinta roja y letra remarcada: Bizcocho, 12:30.



Cuerpos en red XII

La neogeografía corporal

¿Cuáles son los límites del cuerpo? ¿Hasta dónde se extiende? ¿Siempre han sido los mismos? Estas dudas surgen precisamente cuando, inmersos en el contexto actual podemos contemplar los distintos medios y soportes en los cuales el discurso, la representación del pensamiento en lo cotidiano se manifiesta.

Es decir, las redes sociales y el aparato móvil que funciona como antena a los espacios expandidos del cuerpo. Espacios inasibles, indeterminados pero determinantes en el mundo cotidiano de cada persona. Entonces, de manera consciente o no, el cuerpo se redimenciona y adquiere también soportes para las prácticas de siempre (la charla, el coqueteo, el adulterio, la infamia, el hurto, la estafa) y otras nuevas que ya tienen un lugar importante en lo cotidiano (la selfie, el hashtag, el follow, unfollow). Así, pues, también se resignifican las prácticas y, además, le brindan un nuevo orden y distintos impactos.

El cuerpo ya no está limitado a una geografía u horario. Tampoco a la simultaneidad del mensaje. El cuerpo deja nuevos vestigios de su materialidad.  Eso último nos devuelve a la pregunta inicial, ¿cuáles son los límites del cuerpo? Quizá esa respuesta aún no exista, pero es importante reflexionar en estos límites también como ejercicio para el descubrimiento.


Derivada de esta interrogante viene aquella que plantea: ¿siempre han sido los mismos límites? No podría ser posible si se toma en cuenta que hay nuevas prácticas insertas ya en la cotidianeidad de la vida. Un elemento importante a considerar es que, esas nuevas prácticas, son directamente resultad de la evolución de la tecnología y que tienen un factor común: el tiempo. La propia reconfiguración personal del tiempo se ha modificado para acortar esta brecha y situarla, en la mayoría de los casos, en la instantaneidad. 


Cuerpos en red XI

Cuerpo-cyborg

Dentro de los nuevos límites del cuerpo se encuentra esta herramienta de trabajo, comunicación, divertimento, conectividad y, también, evasión; que es, prácticamente, parte de las necesidades básicas modernas: el teléfono inteligente.

Esta extensión del cuerpo tiene la función de respaldo de memoria del cerebro así como la nueva manera de conexión con la realidad y sus individuos. Esta extensión no está integrada a la materialidad del cuerpo, no tiene puerto de acceso directo al pensamiento pero las formas de uso que se le dan, simulan una simbiótica entre el aparato y el sujeto; la posmodernidad en esta reconfiguración se hace presente y, quizá ahora, el sujeto se convierte en cyborg. Somos, según algunos críticos, la metáfora viva de Frankenstein y Terminator.


La dimensión espacial del sujeto ya no ocupa un lugar determinado en la geografía del cuerpo individual; se transforma en parte fundamental de la cartografía colectiva a través de su cyborg. La máquina como llave maestra para la integración social. El sujeto-cyborg es el que tiene una participación activa en la nueva colectividad. Esta cuestión plantea una interesante pregunta para la reflexión: ¿cuáles son los límites del cuerpo?


Cuerpos en red X

El cuerpo recluso

¿Cuál es la frecuencia con la que se captura una instantánea y que cuelga en las redes? ¿Cada cuánto tiempo se comparte un estado, una noticia en Facebook? Es probable que la frecuencia con la que se realizan estas actividades, sea directamente proporcional a la reclusión a la que se somete el cuerpo.

Cuerpo mental recluso en un mundo virtual donde, al mismo tiempo, se trata de expandir el propio territorio del cuerpo. En esta expansión se puede caer preso, recluir al pensamiento y a la propia materialidad que desarrolla la necesidad de estar presente en el medio virtual, incluso con elementos de fantasía. 

¿Qué tanto no es una trampa esta nueva dimensión donde el cuerpo se hace presente? El cuerpo se convierte también en voyeur y exhibicionista; en recluso de ambos roles mientras su cotidianeidad transcurre en dos planos de existencia.



Cuerpos en red IX

Lo cotidiano hecho farándula

El café de la mañana, la guajolota de la esquina, el esquite de la tarde… todos ellos como los protagonistas de la nueva farándula de las redes sociales; casi siempre, acompañados con la leyenda terriblemente repetida por todos: “aquí haciendo/comiendo/bailando…” Esta cotidianeidad del cuerpo se hace presente en un espacio de exhibicionismo y voyeurs. El sujeto voyeur que espía detrás de una ventana virtual que simula el agujero de la llave en la chapa de la puerta. El exhibicionista que fotografía un tamal para arrancarlo de su primigenia y natural función en el mundo diario. 

¿Cuál es la razón de esa nueva necesidad de hacer popular lo trivial? Quizá la propia soledad de la modernidad  y, aún más, de la posmodernidad. Es esa soledad la razón de que los momentos más triviales dejen de serlo y cada acción y movimiento se describa, se fotografíe, para que otros cuerpos, desde la lejanía de la red, sean testigo y acompañantes de una cotidianeidad en solitario.  

La soledad y la farándula que crea la ilusión de cercanía son ya un estilo de vida donde el juego de roles es protagonista y la configuración del concepto “espacio compartido”, cambia, se transforma y se vuelve opuesto a su origen.


Cuerpos en red VIII

Mi querido Mr. Hyde:
Esta que soy, es otra.
Y esa otra se desdobla,
se escapa de lo mundano
para habitar su propio llanto”.
[Aída Chacón].



La que suscribe, querido lector, tiene una terrible confesión que hacerle. Yo no soy yo. De hecho, creo que jamás lo he sido. Yo siempre resulto ser otra y esa otra siempre cambia. Quizá, querido Mr. Hyde (que no es más que otra forma de llamar a mi alteridad), yo ni siquiera tenga idea de quién soy; y mucho menos qué hago aquí, en una virtualidad que no entiendo y a la que no pertenezco. ¿De dónde es que vengo?, ¿tal vez del mar? Sin embargo, tengo la sensación de que nada de eso importa. El mundo se saldrá con la suya y no tendrá el incómodo rol de testigo de mi llanto. 

Sí, también soy otra. El Facebook no lo sabe, él tan sólo cree que soy “Fulana de tal, mujer de treinta y tantos”. Ignora la descripción que el médico elige para mí y que, desde hace meses, resuena en mi cabeza: “depresiva, medicada, dosis alta por favor enfermera, con llanto perpetuo e incómodo, a veces sorprendente; de voz quebrada, entrecortada también por su llanto, con un nudo en la garganta las 24 horas”. 

Así que, querido Mr. Hyde, escribo para decirle que usted se encuentra a salvo de la humillación pública de saberse por todos furiosamente deprimido, protagonista de un furioso llanto perpetuo, con un fúrico nudo en la garganta que contiene siempre un grito que habita en el estómago.

Yo sé, querido Mr. Hyde, que usted debe atravesar la ciudad entera con el rictus de la seriedad (su furiosidad no le permite una gran variedad de máscaras), cuando lo único que quiere hacer es gritar en medio del camino, de la multitud, durante el almuerzo, en la cama, cuando se ducha, cuando se alcanza a mirar en algún reflejo; pero aún con todo eso, puede sentirse protegido. Yo, Mr. Hyde, lo estoy protegiendo.

La medicina es lenta, tal vez usted quede apaciguado en un tiempo, después de meses de tratamiento. No crea que lo olvido, nunca lo olvido. Yo lo estoy protegiendo; pero sé, tengo esa certeza, que lo volveré a ver; no importa cuanta normalidad me exiga el Facebook lleno de caras felices y frases de motivación, usted siempre será parte de mí; aunque no tenga claro quién soy.



Con un furioso afecto envuelto en llanto, yo, que soy también esa otra y usted y todos.



Cuerpos en red VII


Sobre la banalidad de la sonrisa
“Señor, la jaula se ha vuelto pájaro
y ha devorado mis esperanzas.
Señor, la jaula se ha vuelto pájaro
¿Qué haré con el miedo?
[Alejandra Pizarnik].


Es sabido que el llanto no está visto, que causa, no poca sino mucha, incomodidad. La cultura imperante relega el llanto a espacios privados por diversas razones, ya sea por considerarse señal de vulnerabilidad, de mal gusto, de exhibicionismo malsano, o, simplemente, porque es un recordatorio de que el cuerpo es más que un trozo de carne. Las razones son diversas y se tornan complejas a medida que se les intenta explicar; cada cual que decide adoptar estas ideas sobre el llanto o la emotividad tiene una interpretación particular pero parten, todos, de una idea común: el llanto, la emotividad son motivo de vergüenza. 

La sociedad moderna cuenta con serios artilugios para lograr este ocultamiento pero hay ocasiones en el que el llanto se escapa, se resbala y abre su camino hacia lo público.
Cuando eso pasa, cuando el llanto ocupa un lugar protagónico en el día a día, la sociedad, en su obsesiva compulsión por nombrar y condenar lo incómodo, inventa y utiliza un término que engloba lo no normal sobre el protagonismo del llanto. Y es así que nace el sustantivo depresión.

Se acuña el término y se persigue de oficio el mal, para curarlo, erradicarlo. Todo llanto no contenido se etiqueta para posterior tratamiento médico. 

¿Y si sólo existieran lugares para poder llorar? Si el llanto es ya, en sí, síntoma y tratamiento, quizá la solución sea dejarlo correr. Abrir las compuertas del llanto y llorar a lágrima viva, como decía Oliverio Girondo. Si eso fuera posible o estuviera “bien visto”, seguramente la medicina para la “normalización” sería menos popular.

¿Y en las redes? Ahí la normalización de la eterna sonrisa y la represión de la tristeza son aún mayores.

El paseo por las redes es la visitación de un teatro de máscaras donde el sol brilla siempre, todo está bien, la sonrisa y el éxito de cada actor es eterna. ¡Viva la sonrisa eterna! ¡Viva el sol deslumbrante que irradia cada instantánea!
Pero la realidad es otra, seguramente; porque cuesta trabajo creer que siempre otros están bien, o, peor aún, que aquel que deja su llanto fluir sea el único que no entiende qué cosa es la felicidad.

¿Qué será la felicidad? No hay quien lo sepa; pero el mundo entero en redes cree poseerla. En cambio, el cuerpo enfermo se hace consciente de su carencia y sufre más. Y, además, un cuerpo enfermo siempre es relegado. Se larga con sus dolencias a una parte donde no estorbe. El llanto es la nueva lepra. 


Cuerpos en red VI


Significados

“Un cuerpo es mucho más de lo que se dice de él.
Siempre está irradiando significado”.
[Helena López].


¿Qué significa la sonrisa de cada fotografía?

¿Qué significan los titulares de los periódicos intervenidos por la verdad?

¿Qué significan las fotografías de las desaparecidas?

¿Qué, la polémica sobre la tipificación del feminicidio en el código penal?

¿Qué, la falta de sinceridad en cada muro?

¿Qué significan los 140 caracteres para contenerlo todo: el humor, el llanto, la furia, la crítica, el arte, la insinuación, la vida misma?

¿Qué significa un cuerpo detrás de cada contenido?

¿Qué significan los cuerpos?

¿Qué, la falsedad del discurso de esos cuerpos?

¿Qué, su anonimato, su presencia en la virtualidad, la frivolidad de la distancia con la que se hacen los espacios comunes?

¿Qué significa el cuerpo intervenido?

¿Qué significa que seamos Frankenstein?

¿Qué significa mi compulsión por preguntarle a nadie y a todos al mismo tiempo?

¿Qué es la verdad aglutinada?

¿Qué?


martes, noviembre 14

Cuerpos en red V


Sobre la invención de la belleza

La pregunta que surge después de un rato en las redes es ¿a quién conviene tanto la idea imperante sobre la belleza? Observo no solamente el desprecio disfrazado de chiste cuando los memes ilustran su mensaje con fotografías de mujeres grandes, con cuerpos ¿poco estéticos? y la sorna se hace presente en la lluvia de comentarios. Entonces pienso en la facilidad con la que el mundo arremete contra aquello que resulta gordo. Y gordo se hace sinónimo de feo, asqueroso, depresivo; también de fracaso, inseguridad, gula, exceso; de no merecedor. Y cada cuerpo que es gordo deja de ser todo para reducirse al adjetivo. Gordo es insulto, amenaza, maldición. Sinónimo de fealdad pantagruelezca. Si uno es gordo, ya no es más. Pero si una es gorda, no solamente deja de ser cualquier otra cosa, además, es candidata ideal al desprecio, al juicio y la burla. La condena es doble porque se paga por ser gorda y por ser mujer (porque la mujer está hecha para el deleite de la pupila, debe ser bella o no cumple con la función que se le encomienda).

La gordura se hace condena. Y cárcel. El impulso es intentar huir de un cuerpo así a diario, sin lograrlo. ¿Quién se beneficia con tal estética? Veo a mi alrededor y el somatotipo no alcanza para cumplir con las exigencias. ¿Será que, además, hay que cargar con el peso de la estirpe? Se torna la belleza en unicornio. Eso que no existe, que nos cuentan. Se hace mitología y leyenda. Y en las redes, la pose que disimula, la que engaña, la que esconde, es la más socorrida.





Cuerpos en red IV

Desde la comodidad de la distancia en una especie de discurso desasociado, habla el yo, el otro yo, el súper yo, todos al mismo tiempo y se atropellan uno a otro para salir protagonistas en ese cobarde semianonimato que da esta red. Y opinan. ¿Qué opinan? Todo. Lo que sea. Nada. Ahora todos son expertos en cualquiercosa y en todotema. Muchos creen “nadie me escucha”. La enunciación es silenciosa, a la distancia. Y los diarios acrecentando la falacia del eufemismo, la repartición de culpas, la muerte real y la simbólica de las víctimas.

El problema de lo escrito es que pareciera que la enunciación no viniera de una voz, de alguien, de ese que también es otro; que se condena al guardar las apariencias, las proporciones, la tradición del estigma sobre el que no puede defenderse.

Opinar, entonces, debe tomarse en serio; porque la opinión es construcción; las cárceles también son construcciones, las fosas clandestinas, la persecución, el odio.


Fuente: http://bit.ly/2ii3z4z


Cuerpos en red III

Linaje

En su cuerpo estuvieron contenidos los nuestros.
Nacimos, nosotras, el día de su primer aliento.
Ella fue habitación hasta que tuvimos –cada una– su propia hechura;
habitantes –todas– de la profundidad de su sexo.
Nuestra infancia permeada por su voz, su costumbre y su huella en la consciencia.
Mi carne

            –la memoria–
            narrada ahora por la perpetuidad de su silencio.

[Abuela murió en una sucia cama de hospital sin que ninguna de nosotras quisiera evitarlo; sí, se desea la muerte cuando el cuerpo ya no puede andar, cuando el dolor es crónico y muy fuerte. Abuela murió envuelta en su culpa y remordimientos. Abuela murió en brazos de mi hermana. De tantos hijos ninguno tuvo tiempo de hacerse presente. Abuela murió y me exigieron reconocer su cuerpo; luego me entregaron su cadáver. Elegí la funeraria y velé sus restos en medio de mi llanto. Abuela murió y nosotras entendimos muchas cosas.]




domingo, octubre 1

Cuerpos en red

II

Evasión. No quiero ver mi cuerpo en el espejo. Deliberadamente necesito evadir quien soy, lo que soy y todo aquello que no seré jamás. Miro el teléfono para embeberme en aquello que me aleje de mí misma. Mi cuerpo está aquí. Ahora. Mi mente no. Pero ese desdoblamiento no existe. El cuerpo sigue frente al espejo, habitando la casa que me expulsa y buscando razones para continuar habitando la vida que conozco.

Y leo. Observo los comentarios de las tantas mujeres de ese grupo. Todas peleando por ventas, por posicionar sus pequeños comercios virtuales, por ofrecer la talla correcta para el cuerpo que busca, urgentemente, una prenda que amolde su figura, que aumente su trasero, que ofrezca sus senos con particular encanto. Y perseguir el cuerpo ideal que habita en el imaginario de cada una y de cada oferta, pero jamás de cada cuerpo real y no imaginario.

Estoy aquí. En mi soledad y dispuesta a continuarla hasta que sea inevitable, queriendo entender las formas en las que se puede estar presente y no.
Talla XS, S. Talla 5. Talla 3. Y cada modelo es únicamente para las dimensiones que se explicitan en cada foto. Prendas vacías que buscan un cuerpo, pero un cuerpo alejado de un promedio que se disculpa, después de preguntar la talla, con una frase que dice: “lo siento, soy mediana y de preferencia amplia”.

Está en esos grupos de venta de ropa un cuerpo que no se ve, pero que se sabe cuánto debe pesar, medir, cuánto espacio ocupar en la realidad y de qué maneras debe lucir en ella.


Dejo el teléfono. Regreso de mi evasión. Miro en el espejo y observo. Soy un cuerpo promedio. Poca estatura para mi peso, poca hermosura para el estándar. Y lloro frente al espejo porque en casa dejó de habitar un cuerpo junto al mío. Y su ausencia en cada espacio de la casa taladra mi conciencia y me hace suponer demasiados escenarios del “hubiera” y la foto digital que observo varias veces donde está su cuerpo en mi cotidianidad, se transforma en ironía de la permanencia que dejó de ser, pero quedó atrapada en el tiempo. 




jueves, septiembre 28

Cuerpos en red

I

Miro el rostro de la mujer, la que no está. La del cuerpo decapitado. Decapitado. Decapitado. Sí. Una palabra que por sí misma es sádica y cruel. Y me la repito constantemente para tratar de entender la naturaleza de ese hecho. Y veo las fotos que circulan en redes sociales. Observo los reclamos de justicia que se ilustran con su sonrisa. La foto de esa mujer y su enorme sonrisa enmarca la imposibilidad de la imaginación para suponer una muerte tan atroz.

Las primeras noticias que circularon sobre su caso dejaban ver un cuerpo violentado y tirado entre la maleza de un lugar envilecido por su victimario. Y la certeza de su ausencia. De ese cuerpo que ya no estaba completo, que no era uno, que no se movía, que dejó de existir… un cuerpo ausente se veía en la red. Y en su ausencia la presencia de su recuerdo, de la sonoridad de su carcajada aunque jamás la hayamos escuchado.

Ahí estaba y no, su cuerpo. En cada comentario, en las noticias, en los reclamos de justicia, en el recuerdo de su familia, en el hueco que dejó en su trabajo, en el asiento vacío del auto que no manejará nunca más. En la cama sin ella. En el arrullo sin ella. En las posibilidades que ya no tiene y que se dibujaron claramente cuando la asesinaron.

Es así que ausencias y presencias tienen una forma distinta de configurarse desde el momento en que existe esta “caja mágica” que es la mirada de todos y de ninguno, la ventana que nos permite ver y al mismo tiempo dejar de hacerlo sin ser vistos. Siempre hay cuerpos en la red. Y voces y presencias, pero también ausencias, silencios, miradas. Ahí está el primer cuerpo que señalo en la red.