La
suerte, el azar
invariablemente
son de color rojo.
Deben
ser color rojo.
No
puede ser de otra manera.
Su
fuerza,
su
poder,
la
sorpresa,
la
calidad de evento fortuito que acompaña a los hechos azarosos
simplemente
son rojos.
¿Qué
otro color podría representar la pasión de un ludópata,
el frenesí de quien arriesga la vida en la
ruleta rusa,
la energía desprendida por quien espera un
vuelco de fortuna
y apuesta en ello hasta su existencia?
He ahí, quien sea que lea,
que la suerte, el azar,
deben, forzosamente, ser rojos.
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