Y de
pronto vi restos de mí por todas partes
esparcidos
por toda la habitación.
Flotaban.
Ya no
tenía frío.
Ya no
tenía sed.
Ya no
era yo
y mis
recuerdos
no
eran más
que
pequeñas partículas de nada
embarradas
en las cortinas,
entre
los libros del estante.
El lugar
se llenó de aromas:
Jazmín.
Jacaranda.
Y mis
pechos
[que ya
no eran pechos]
se erizaron.
Y el
aliento
[que ya
no existía]
formó
un jadeo.
Entonces,
el miedo que todo
lo impregna,
apareció.
Me trajo
de vuelta con toda su furia...
de aliento
a partícula
de partícula
a recuerdo,
de recuerdo
a memoria
de memoria
a persona,
a persona
con frío,
con sed.
De nuevo
ahí: Yo
aterida
en mi cama,
en la
madrugada de invierno
con el
fuerte anhelo de tener un refugio,
de volver
a mi sueño de flores
y restaurar
mi fe en los hechizos.
2 comentarios:
Es como si estuvieras entre dormida y despierta. A veces la realidad se funde con el plano onírico y nos deja un vacío que no sabemos ni por qué existe.
La pregunta es ¿existe, en los sueños, ese vacío?
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