XXXIII
A veces, Difunto, el aire trae noticias tuyas.
Sé, entonces, de tu felicidad compartida,
—alejada—,
de la mascarada que habitas,
la que has vuelto tu morada perniciosa…
Difunto, lo sé, la ingenuidad
ha sido perdición para mi vida
y la credulidad, el sepulcro de mi fe.
XXXIV
Difunto mío, durante el día pienso en tus
labios,
en lo mucho que te extraño, en tus abrazos,
pero mis noches, Difunto, ahí es donde te odio:
cuando el insomnio me ataca y los porqués arremeten…
a veces, Difunto, no sé qué será de mi alma
si entre el amor, el llanto y la vigilia
se me está yendo la vida.
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