XXXV
Difunto
escucho
tus estertores
entre
mis madrugadas;
te sé
en otro tiempo,
en
aquel de quienes fueron.
Ya no
temo a tu fantasma, Difunto,
tampoco
creo en tu aparición.
Sé
que no eres verdadero
sino
toda una mentira:
desde
tu estampa hasta la última letra de tu boca.
XXXVI
Recuerdo
tantas cartas,
aquellas palabras
y tus ruegos,
Difunto
sé
que mientes para no ser quien pierda la partida,
para salvar
esa razón que defiendes con tu vida.
Pues vete
enterando, Difunto,
que
no hay cosa que te crea,
ni
palabra tuya en que confíe:
crecí.
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