Todos mis diablos
se enumeran de antaño,
en un momento olvidado.
No aprendí a decirle adiós a los dolores,
sino a guardarlos en la conciencia
en lo profundo de la mente,
donde duelen cada día
y actúan con más determinación
que la voluntad de ahora —de mis 30 años—.
Escapé de la costa
del ruido de las olas
y del salitre que viven en el aire
pero nunca
—ni un poco—
escapé de mi pasado,
de mi linaje marino
y mis fallas náuticas.
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