Personalizar
los días con moños y sonrisas.
Bautizarlos
con agua de lluvia y nombres inventados.
Hacerlos
propios con un tatuaje soleado.
Vivir
cada segundo como si fuera propio,
como si el tiempo pudiera asirse.
Cantarles
una canción de cuna cuando llega la noche,
arroparlos
con plegarias que nadie escucha.
Vivirlos.
Joderlos.
Amarlos.
Regalarles
flores después de la golpiza
y despertar de nuevo
para darle batalla al día siguiente.
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