Habito
en un mundo en donde está sobrevaluada la alegría,
la existencia;
donde se condena la nostalgia y la falta de sonrisas.
Provengo
de una sociedad que me acorrala
e insiste
en verme feliz con todo lo que ello implica:
Ser madre, tener marido, lavar los trastes,
saber guisar,
ser bonita (o por lo menos delgada),
conseguir un trabajo y tener vida social.
Donde
los insomnes son los extraños
y el
llanto se combate con ansiolíticos.
Donde
la vida se prolonga más allá de lo digno soportable,
los
suicidas se tienen por cobardes
y los
poco apasionados como norma de este plano.
Pertenezco
a un hábitat
cuyos
valores no figuran en la escala de mi exitómetro,
donde
muchos quieren hallar cura para mi melancolía.
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