Llevo
tu nombre en la punta de los dedos
en la
suavidad de mis yemas de burguesa fingida,
de
pueblerina engreída.
Ahí
lo guardo para repasarlo con mi sombra
en la comisura de mis labios,
en las noches de candela.
¿Dónde
quedará la tinta que no es,
el tiempo que no existe,
tu nombre impronunciable?
En la punta de mis dedos
─siempre─
para unificarse con plegarias,
para arrullar a los silencios
y recostar a mis
insomnios.
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