XXVI
Ojalá, Difunto,
nunca sientas lo que yo,
porque,
hay dolores,
que nadie debería vivir.
XXVII
Difunto, si me quieres,
—tal sólo un poco—,
si me extrañas, si me
piensas algún día,
lee con atención:
a mis labios, Difunto,
les falta la comisura de
tus besos.
XXVIII
Si eras tan feliz,
Difunto
¿para qué dormir entre mis
brazos?
¿para qué los besos, si
este cuerpo,
te parecía avejentado?
Difunto, por tu alma
jamás contestes mis
preguntas,
porque no existe nada,
después de ti,
que devuelva a mí la
calma.
XXIX
Hasta ahora, Difunto,
he sido fiel a mi
palabra:
ni tus besos, ni tu
estampa,
ni el aroma de tu pecho,
ni la Vía Láctea de tus
manos.
Hasta ahora, Difunto,
habló de ti, con
ecuanimidad,
como parte del pasado…
pero te traigo aún
presente,
latiendo entre los
labios.
XXX
Quiero, Difunto,
aferrarme a tiempos
buenos,
sanar el alma con las
lunas,
renacer;
contar la historia desde
cero,
aunque te ame a lo lejos.
Difunto, quiero
evocarte
con la fuerza de un
latido
y la voluntad de un pensamiento:
voy a tatuarme, Difunto,
un recuerdo encriptado,
donde pueda leer
cada letra de esta
historia
y remontarme al mar,
a la playa de tu cuerpo,
a las olas de mi
infancia,
porque, Difunto,
haz dejado tu huella
inalterable en esta
arena.
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