I
Maligna, le llaman ellos al
amor del pasado.
Difunto, le digo yo a ese que
nunca ha sido,
que murió antes de hacer
historia.
Difunto mío, hoy no quiero
hablar del dolor de mi pecho
o de las lágrimas que te
derramo;
tampoco de lo que te extraña mi
sexo,
o de la humedad que aún
provocas
—que
seguro provocarás mucho tiempo—.
Hoy quiero hablar del hubiera
que no existe
—ese
tiempo inconjugable—
de nosotros
—los
cobardes—
los que amamos detrás de las
puertas,
con el corazón agazapado,
cubierto de miedos de antaño.
Difunto, esta mañana te reclamo,
Difunto,
como reclama el mar mi cuerpo,
la arena mis recuerdos de la
infancia;
te reclamo por el simple hecho
de hacerlo,
porque poseo una voz que escucharás
por largo tiempo.
Te reclamo, Difunto, porque no
has muerto del todo
porque tus recuerdos se aferran
a mis muslos,
a mis oídos,
a las noches de insomnio:
Difunto, muérete o revive,
pero no continúes en este
intermedio dantesco
donde no eres, ni somos.
II
¿Cuánto tiempo ha pasado,
Difunto?
¿Cuántas noches y ya olvidaste?
He perdido la noción de las
estaciones,
el luto riguroso no sé cuánto dura.
Difunto, te busco en el vacío
de los silencios,
entre verso y verso,
en los conjuros alegóricos de
las brujas.
Difunto, si tus palabras fueran
ciertas,
si tus manos fueran mías,
—como
nunca lo fueron—,
Difunto, si escucharas mis
palabras,
si conocieras el amor,
nunca habrías aceptado tu
muerte.
III
¿Cuántos exorcismos de ti serán
suficientes, Difunto?
¿Cuántos?
Porque cada verso es una manera
de matar lo que ya ha muerto,
si cada letra que me dicto es
el resultado de un pensamiento
que dice convencido que ya no
estás,
—que no estuviste—,
Difunto, mentiría si digo “no
te extraño”.
IV
¿De qué color es el olvido,
Difunto?
¿A qué huele?
Tú que disipas los afectos
con cada uno de tus actos,
dime,
¿Cómo haces, Difunto, para que
no te duela la ausencia?
¿Cómo se llena el hueco del
pecho, Difunto?
¿Dónde irá a parar todo el amor
que te tengo?
¿A dónde, si a nadie, carajos,
le sirve?
Difunto, tu aroma no se escapa
de mi recuerdo.
V
No estoy triste, Difunto,
soy dura como las rocas,
tan sólo es que no entiendo
el porqué de estas cosas.
Difunto, tú que todo lo sabes
—siempre—
no deberías ignorar
que hasta los peñascos
pueden hacerse arena.
VI
Difunto,
eres el último de mi dinastía
de fracasos preestablecidos, te
juro.
Serás el último,
porque mi corazón
no puede con más duelos
ni más despedidas fatuas.
Difunto, ojalá que nunca el
amor te duela tanto;
ojalá que entiendas que cada
palabra es mentira,
que nada es cierto, salvo el
silencio…
pero el silencio no existe,
Difunto,
porque sin mover un ápice mis
labios
me repito tu nombre como el
abecedario:
de memoria, Difunto, como cada
gota blanca de tu piel,
como cada gesto que ilustra tus
falsedades.
VII
Difunto, eres el llanto que
sollozo
antes de abrir los ojos,
de respirar el primer día de la
semana.
Eres parte del adiós,
de la despedida,
así como fuiste parte —fundamental— de mi esperanza,
de mi aliento,
de mis noches perpetuas.
Encontré la paz y redención en
tus amores,
Difunto,
habité mis castillos en el
aire,
me quedé sin fe, sin alma…
te la llevaste toda, Difunto.
VIII
Si algún día vuelves, Difunto,
recuérdame que te regrese tus
besos,
y pedir de vuelta el calor de
mis abrazos,
mis caricias en la frente,
el cobijo que te di.
Difunto,
volverás un día,
quizá por accidente,
porque confundas el camino,
y entonces,
te diré aquello que tanto he
callado.
IX
¿Qué más te escribiré, Difunto?
¿Hasta cuándo?
hasta desintoxicar mi alma de
tu esencia,
hasta que te sude con cada
poro,
hasta que sangren mis lamentos
y te olvide la memoria;
ojalá, Difunto, sea pronto,
para ya no desperdiciar papel
—ni
espacio—
en estos llamados secretos de
mi voz:
Difunto, te extraño,
aunque tu presencia lastime en
lo insondable.
X
Mi voz, Difunto, ha de olvidar
tu nombre
aunque aún no sepa cuándo o
cómo.
Esa voz, Difunto, ya no rogará
por besos tuyos,
ya no se nombrará derrotada,
ni mirará hacia el pasado,
ni declamará tus versos.
Difunto, llegará el día en que
te olvide,
aunque todavía no sepa ubicarlo
en mi calendario.
XI
Algo que no podrás negarme
nunca: tu recuerdo…
al que acudo cuando quiero acariciarte.
Difunto, no quiero que me
toques,
pero yo no me canso de
abrazarte en la memoria.
Difunto, mi odio hacia ti es
grande,
—terriblemente
grande—,
tanto como el amor que te
tengo,
—al
que me aferro para no soltarte—.
Difunto, te amo con cada
célula;
te odio de la misma forma.
XII
Difunto, eres un poco de todo
lo que imaginaba,
más, el resultado de tu
historia,
más, tus miedos irracionales
y como resultado:
el hombre a mi medida,
el hombre que me daña,
el hombre sin remedio.
¿Qué sería de nosotros,
Difunto,
si no resultáramos tan dolorosa
contradicción?
XIII
Me pregunto si me tendrás en la
memoria, Difunto,
si extrañarás a esta que soy,
la mujer atípica
con miedos y malas palabras,
con dolores y angustias femeninas;
me pregunto, Difunto, si
recordarás mi nombre,
el aroma de mi cuerpo,
el tamaño de este amor,
porque, Difunto, no puedes
negar que te supiste amado,
ni tu temblor después de mis
besos.
Difunto, no puedes…
yo tampoco.
XIV
¿De qué hablaré, Difunto,
después de ti?
Cuando el llanto se acabe,
tu recuerdo se extinga
y tu aparición me deje
tranquila…
¿de qué hablaré, Difunto,
si hasta ahora no sé más que
repetir tu nombre?
¿Aprenderé un vocabulario
nuevo,
me quedaré muda,
preguntaré sobre el clima?
¿Cómo será mi voz cuando olvide
cómo nombrarte?
Difunto, ¿cómo haces tú, para
que nada te duela?
XV
Esta, la que suscribe,
quiere un olvido perenne,
donde lo tuyo se vaya,
en corriente centrípeta
—como
en los hoyos negros—
y no vuelva jamás.
Esta, la que suscribe y te
llama “Difunto”
no puede parar su llanto.
XVI
He de parar este llanto,
Difunto,
de extrañarte, de nombrarte
para adentro.
A
fuerza de Dios y de las gentes,
—como
dice el DRAE—,
he de llenarme de olvido hasta
los huesos, Difunto.
2 comentarios:
Una pregunta: de buena fuente sé que hay hasta una 30a parte de esta genial obra y no sé del uso de esta página, me puede usted decir donde ver lo que me falta? Gracias.
Publicar un comentario