viernes, octubre 19

Difunto (parte 2)


















XVII

Me tienes, Difunto, pensando en tus manos,
mezquino, escatimas en afectos,
por eso, tan fácil,
enumero los recuerdos a tu  lado,
nunca fueron tantos besos.
¿Qué debo aprender, Difunto, con tus lecciones?
¿A qué hora se acaban las preguntas?
¿Cuándo?
Difunto, eres el pan y el vino:
la sentencia y mi castigo.

XVIII

“Difunto”, escribo, para que mi pulso no tiemble con tu nombre.
Así te digo, para sentirte pulverizado
con el peso, de todos, el más grande:
el de la muerte.
¿Porqué, Difunto, el amor no termina con un parpadeo?
Te extraño como al aire de mi tierra, Difunto,
como la arena que mis plantas reniegan,
como la espuma de mar que se arremolina entre mis pasos.
—Difunto-arena, Difunto-mar—
Difunto mío, es inútil este intento,
esta muerte me deja más prendada del pasado.

XIX

Cuenta tus palabras, Difunto,
seguro te faltarán algunas,
—míralas con calma—,
inicia el inventario de tu lengua, Difunto,
y repasa ese vocabulario que usas,
—ese tan tuyo que se resbala entre recuerdos—.
Difunto, te huelo tan cercano,
te pierdo por default,
y esas palabras tuyas me las quedo
a ver si puedes, Difunto, volver a utilizarlas
después de este llanto mío
que es muy tuyo.

XX

¿Qué decirte, Difunto, después de todo,
después de tanto?
¿Qué, si no me escuchas?
¿o será que te hiciste mudo?
Difunto, quisiera tener la voz de las sirenas,
para tenerte con embrujos
para no ser yo quien sufra por ausencias.
Te sé, Difunto, como la enfermedad de mis adentros,
como la sed en medio del desierto,
como un oasis perpetuo,
como la cura de mis males.
¿Serás siempre mi blanco y negro?

XXI

El tiempo que dedico, Difunto, a escribirte,
ya no lo lloro, ya no lo sufro
Difunto, no es que duelas menos,
es que me habituaste a tu destemple.

XXII

Difunto, si rezas, eleva plegarias por mi alma.
Pide por mi vida, por este amor que es tuyo,
pide por olvidos, para frenar esta oquedad
que me carcome el pecho.

Difunto, si rezas,
enciende una vela por nuestros besos,
otra, por las madrugadas a tu lado,
una más, por el hubiera que no es cierto.

XXIII

Esta noche, Difunto,
quisiera arrullarte entre mis pechos,
brindarte mi calor,
a tu abrazo, inagotable.

Esta noche, Difunto,
quiero rendirme,
de vuelta, ante tus besos.

Difunto, este odio,
a veces, me resulta insostenible
y el llanto, inagotable.

XXIV

Me arde el pecho, Difunto,
por esta dificultad cardiaca,
—acaso amatoria—,
crónica,
que eres tú, Difunto,
con tus letras y tus nombres,
con tus mentiras quizá,
con tus amaneceres casi inocentes.

Difunto, me arde este amor agónico,
convulsivo, estentóreo:
me duele, Difunto… me dueles. 

XXV

Te me notas, Difunto, en la mirada.
Mística, me dicen unos,
silenciosa, dicen otros;
y una mueca que antes fue una risa,
se queda en las comisuras de mis labios:
cansada, contesto;
del alma y del cuerpo, pienso.

Te me notas, Difunto,
con tus muchas muertes,
con tu ausencia, con el frío,
con mis lágrimas océanos,
con estas, mis manos vacías. 

2 comentarios:

Ío dijo...

El XXl y el XXV, y el XV de la otra entrada.
Entonces tu Difunto, el llanto y tu llorar sucede todo a la vez, añado lo mío y te abrazo.
Hermoso, Ylla, gracias.

Ío

Aída dijo...

Gracias, mi Difunto el llanto y toda yo, somos el "todojunto" que sucede en un tiempo.

También te abrazo.