Tengo cinco minutos para lamer mis heridas;
para despedir tu cuerpo de mi cama,
tu presencia de mis noches,
tu sonrisa de mis ojos;
para llorar mis enfermedades,
mi cuerpo lacerado,
las cicatrices de la infancia
–también aquellas de la maternidad–
para llorar la ausencia de mis muertos,
la nostalgia de sus risas,
la cultura que me rige;
para ser víctima de las circunstancias.
Después de eso,
–en el minuto seis–
me pondré de pie,
iré a ver si puso la puerca,
si cantó el gallo,
si dios existe;
pero nunca
–jamás mientras respire–
me quedaré derrotada
llorando mi zozobra.
[julio 20, 23:44]
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