En
los hospitales siempre dan
instrucciones:
“Quítese
la ropa,
póngase una bata”
Las
batas se sienten calientes en el cuerpo.
¿Así
se habrán sentido las ropas desusadas de Auschwitz?
Bochornos
acentuados por franelas calientes.
Suspenso:
esperar
en una sala
–medianamente aséptica–
a que
alguien con pijama quirúrgica
diga
tu nombre;
miedo
que a estas alturas se disuelve;
tan
sólo queda el frío de las manos,
un
poco de sudor
y
algo que
–extrañamente–
parece
resignación.
Taquicardia
–de vuelta–
a las 5 de la tarde.
Un
monstruo mecánico que me atrapa entre sus fauces:
hurga
en el espacio de mi mente
en
estos pechos que un día fueron alimento
y hoy
–tan sólo–
indigestión.
[julio
6, 17:20]
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