Comencé
a creer a los 29,
una
tarde calurosa
en
medio de la fiebre y el llanto,
uno que
no cesaba,
—que no
tenía origen ni destinatario—,
pero se
lloraba desde lo profundo:
fue un
llanto catarata,
un llanto omnipresente,
un llanto salado,
un llanto monzón veraniego.
Creo
—desde
aquella tarde—
en el
viento,
en la calma,
en la dicha,
en el universo entero,
en los cocuyos,
en mí.
A mis
años,
las lágrimas
nunca habían sido tantas,
el aire
nunca había faltado en los pulmones,
era el
acumulado en tanto tiempo
en poco
espacio,
porque
nadie tiene lagrimales tan grandes.
Comencé
a creer cuando iba en picada,
cuando
esta vida y sus sacudidas tectónicas
reajustaban
mi mundo musaraña.
Entonces,
mi plegaria se hizo murmullo,
ruido,
escándalo,
súplica,
voz,
tregua,
amnistía,
y surgí de mis escombros.
2 comentarios:
Me encantó, Ylla, me atrapaste en tu llanto para luego enmudecer en tus ruinas.
Gracias, gracias.
Besos
Ío
Gracias infinitas por compartir este llanto escrito. Te abrazo.
Publicar un comentario